Qué atrocidad.
Nunca se nos ocurriría cargar contra la víctima en un caso de violencia de género. Tampoco culparíamos a un menor del abuso sexual sufrido, sino que señalaríamos al adulto agresor.
Parece de sentido común.
No obstante, no nos resulta difícil juzgar a los padres que tienen un hijo/a violento, poniendo en duda su capacidad educativa porque, sino, ¿cómo puede ser que este niño/a haya salido tan rebelde? Y si se trata de un hijo/a agresivo, ya no digamos. Por descontado que la culpa la tienen los padres. No han sabido educar.
De esto ya hablamos en un artículo anterior. Las víctimas del maltrato no solo se sienten incomprendidos por aquellas personas a quienes explican su drama familiar, sino que se sienten:
Culpabilizados:
“¿Qué le dijiste? ¿Qué has hecho para que él reaccionara así?”
Ridiculizados:
“Tan solo tenías que hacer una cosa bien: educarle. Ni siquiera has sabido hacer eso!”
Cuando la víctima es la madre, a menudo la crítica y el ridículo es por partida doble. Por haber criado un hijo agresivo, y por no haber sabido defenderse.
“¡¿Por qué te dejas pegar?!
Pero mientras que, de alguna manera, podríamos disculpar a aquellas personas (conocidos, amigos, familiares…) que juzgan puesto que no son expertos en materia educativa ni en terapia familiar-, lo que de ninguna manera podemos aceptar es que profesionales de atención psicológica y terapéutica culpabilicen a los padres/madres del trato abusivo que sus hijos les confieren.
No son pocos los padres que se sienten humillados. Perciben que el especialista les da lecciones. Como si el hecho de dedicarse al tratamiento de la salud mental, les convirtiera a la vez en expertos en materia educativa.
‘El psicólogo me dijo que debía darle una paga a mi hijo, para que aprendiera a ser responsable.’
¿Cómo puede una madre, que es agredida a diario por su hijo, “recompensarle” con una paga? Pues bien, la frustración, la humillación, y sobre todo la desesperación, lleva a muchos de estos padres a actuar en contra de lo que ellos considerarían correcto, en contra de lo que el sentido común les indica. Hasta tal punto dudan ya de su capacidad para hacer las cosas bien. Hasta tal punto han sido señalados como padres fracasados.
La credibilidad de los padres se ve doblemente cuestionada en aquellos casos en que los hijos muestran su mejor imagen cuando no están en casa. Aquellos que son bellísimas personas de puertas afuera ( en la escuela, en casa de los amigos…), pero que cuando traspasan el umbral del hogar dan rienda suelta a su ira, agresividad, manipulación. Una madre me explicaba que tras haber denunciado a su hija adolescente por malos tratos, un día las citaron, a ella y a la hija, a la Unidad de Menores de la policía, dentro del mismo recinto judicial en el que un día tendría lugar el juicio. La hija vistió sus mejores ropas, blusa recién planchada, su pantalón más elegante, se arregló hasta tal punto, que todos los allí presentes empezaron a cuestionarse si no se trataría de la madre quien estaba exagerando.
Todo es más complejo de lo que aparenta. No juzguemos. No demos lecciones. Las probabilidades de equivocarnos son altísimas. Limitémonos a escuchar, validar, y dar soporte. Todo lo demás, debilita y daña.