¿Como se puede ser feliz aún llevando una pena en el corazón?
Paseo por las calles, en mi ir y venir del trabajo, en mis paseos por el casco antiguo, en mis exploraciones veraniegas por las galas calles adoquinadas. Y siempre miro al cielo y sonrío. Sentirme feliz de mi persona, con mis faltas pero a la vez con mis aciertos. Agradecida por lo bueno, y reconociendo el valor de lo malo, que da mayor significado a lo bueno. Y sobre todo, la magia de la esperanza. El entusiasmo por cumplir los sueños. La mayor fortuna es conseguir saber llevar los problemas sin dejar de ilusionarse por el futuro.
Mi pena la llevo muy dentro de mí. A veces asoma. Brevemente. Aunque no falta de intensidad. El dolor que hay en toda pérdida. La añoranza de lo deseado pero no vivido. Aquello que nunca será. El desgarro en cada sollozo.
Luego, recojo mi sentir, lo arropo de nuevo, y sigo con mi vida. Las personas compartimentamos. Como quien tiene una cómoda con múltiples cajones, todos ellos llenos de objetos diferentes. Tenemos tantas cosas de que ocuparnos en nuestra vida ¿verdad? Y hacemos juegos malabares para lidiar con todas ellas, cuidando que ninguna se nos escape de las manos y se rompa. Ahora abrimos este compartimento, nos ocupamos, y cerramos. Y a por otro. Y así cada día de nuestras vidas.
Así hago yo con mi pena. Ahora la abro. Y luego la aparco, hasta que toque de nuevo.
Y mientras, soy feliz.
No siempre tenemos capacidad para controlar aquello que nos ocurre en nuestro paso por esta vida, aquello que nos toca vivir. Pero lo que sí podemos controlar es nuestra respuesta a ello, nuestra actitud. Y por ende, nuestra felicidad.