A nadie le gusta que se le niegue algo. No nos sentimos ni contentos ni satisfechos cuando eso ocurre. Nos resignamos y aceptamos. Pero, ¿cómo reacciona mi hijo cuando le digo “No”?
En cada casa se educa diferente. Creemos que nuestra manera de educar es la misma en todos los hogares, y esto no es cierto. Cada uno tiene su estilo. Hay padres cuyo estilo educativo es el de extrema permisividad, otros que practican el autoritarismo absoluto, y otros la democracia. Hay hogares en los que hay una gran ausencia de límites. Los padres permiten que el hijo actúe libremente sin ponerle límites. Hay un exceso del “SÍ”. Pero sabemos que los estudios indican que una de las características de la personalidad violenta es precisamente tener una baja tolerancia a la frustración. O sea, que no aceptan un NO a sus deseos. Se frustran ante la negativa, en lugar de aceptarlo aunque sea a regañadientes. El no saber manejar esa frustración, les lleva a la violencia.
Hay niños que en sus casas son tratados como reyes. Ocurre a menudo en el caso de hijos únicos. O en los casos en que los padres pueden dedicar poco tiempo a sus hijos, y creen que concediéndoles todos sus caprichos y no imponerles obligaciones, les redimirá a ellos (los padres) de su sentimiento de culpa por no ser unos padres más dedicados. Y aunque cueste aceptarlo, esto va forjando la personalidad despótica y violenta del niño, que se cree merecedor de todos sus caprichos por el mero hecho de ser el hijo. Aprende que los padres no tienen ningún derecho de coartarlo ni limitarlo. Desde su punto de vista, los padres deberían siempre estar a su merced. Y utilizará la violencia siempre que lo considere necesario con tal de conseguir lo que quiere de inmediato.
Los padres actúan de buena fé, pero es contraproducente y dañino, puesto que incapacita a los hijos para hacer frente a otras situaciones frustrantes que se les presentarán en la vida. Y de bien seguro que la otra parte no será ni lo amable, ni paciente, ni permisiva que lo fueron los padres. Las consecuencias pueden ser dramáticas, desde un despido laboral, hasta una fractura ósea perpetrada por aquel que se ha sentido ofendido o agredido.