Clara me llamó un mediodía llorando con gran desconsuelo. En realidad, era una combinación de rabia, tristeza y frustración. Su hija acababa de romper el salero de la cocina de un manotazo, en un ataque de ira.
Visto desde fuera, parece desproporcionado. ¿Realmente, por un salero que cuesta poco más de un euro, hay alguien a quién pueda afectarle tanto?
No es el salero, ni el euro, ni la sal derramada por toda la cocina. O quizá sí. Lo que ocurre es que detrás del salero, hay una lista interminable de objetos que su hija había roto durante años, fruto de su rabia y malhumor y, me atrevería a decir, rencor. Porque rencor es lo que percibimos los padres cuando los hijos entran en el espiral de violencia doméstica. Una violencia que viene dada por una frustración desproporcionada respecto a lo que la desencadena. En muchos casos se trata del trastorno explosivo intermitente.
¿Qué es el trastorno explosivo intermitente?
Se trata de un trastorno en el que la persona afectada tiene una gran dificultad para controlar sus emociones e impulsos, y las explosiones de ira que se derivan. Ataques que son desproporcionales a la causa que los origina.
Un niño con rabietas frecuentes de pequeño ¿será probable que desarrolle este trastorno? No está definido exactamente qué lo origina, si hay factores genéticos implicados, o si es una cuestión de educación. O una combinación de ambos. Lo que está claro es que tenemos que educar a nuestros hijos ya desde la primera infancia a aceptar el “No” por respuesta cuando sea necesario, a tolerar la frustración de no tener lo que desearían o a no tenerlo de inmediato.
Aprender a controlar los impulsos negativos es fundamental para vivir en sociedad. De lo contrario, las relaciones personales e incluso profesionales pueden verse afectadas. Es difícil convivir con una persona de carácter irascible hasta tal punto. Puesto que uno no sabe cómo y en qué momento reaccionará agresivamente, y la gravedad de las consecuencias que tendrá. Por este motivo mucha gente acaba alejándose de este tipo de personas, dejándoles solos, lo que agrava todavía más el problema para quien sufre el trastorno. Sentirse solo y sin un soporte emocional les lleva a una nueva frustración.
La terapia cognitivo-conductual (TCC) ha tratado con cierto índice de éxito a personas con trastorno explosivo intermitente. Aunque no es efectivo en todos los casos. Su combinación con otros tipos de terapia puede resultar muy útil.
En la TCC se exploran sentimientos, emociones, experiencias dolorosas. Es común que se haga hincapié en las situaciones que el paciente evita (sus fobias, sus focos de ansiedad). De esta manera se trabajan las habilidades para hacer frente a estos desafíos y que pueden ayudar a controlar y dominar esas fobias y sentimientos negativos. La identificación que estas personas tengan de las primeras señales del brote de rabia, es el primer paso para poner freno.
La primera sesión de terapia
En la primera sesión, el terapeuta acostumbra a reunir la información que le expone el paciente y sobre qué aspectos éste quiere trabajar. Se tocan cuestiones como la salud física y la emocional, sobre cómo se sentía en el pasado y cómo ve el problema hoy.
Al igual que el terapeuta necesita saber sobre el paciente, el paciente debe sentirse cómodo con el terapeuta. Tiene la oportunidad de preguntarle cuál es su enfoque respecto a este tipo de terapia, cuáles son los objetivos del tratamiento y cómo puede beneficiarse. A la vez, es importante saber qué duración aproximada tendrá el proceso, así como el tiempo que se dedicará a cada sesión. Es fundamental tener una buena relación con el terapeuta para que ambos, paciente y terapeuta, se sientan cómodos y puedan avanzar en la consecución de objetivos. De lo contrario, será muy difícil.
Una vez se inicia la terapia, los principales pasos a seguir acostumbran a ser:
- Identificación de cuáles son las situaciones problemáticas.
- Prestar especial atención a las emociones que generan los pensamientos sobre dichos problemas.
- Identificar y reconocer patrones de pensamiento y de conducta que contribuyen negativamente.
- Poner foco en las respuestas emocionales, físicas y conductuales que se derivan de dichas situaciones.
- Una vez identificados los pensamientos y emociones, ver si el problema radica en el hecho en sí o en una percepción inexacta del paciente sobre lo que ocurre.
En ocasiones, un proceso largo, pero que sirve para identificar la situación, y ofrecer herramientas para manejar la situación de manera más saludable.