A veces me pregunto si el estilo de crianza que apliqué con mi hija fue el más acertado. Esa es la gran pregunta que nos hacemos los que somos agredidos por nuestros hijos.
Recuerdo que durante todos esos años, no faltaron voces y opiniones de todos los colores:
Tienes que ser más dura.
Eres demasiado estricta.
No le hables como a un adulto.
Qué buena madre eres.
Así nunca aprenderá.
Lo haces genial.
Opiniones diversas, contradictorias, aún cuando el sujeto de observación es el mismo. Curioso. Qué peligroso es opinar sobre crianza, la tarea que comporta mayor exigencia personal, a mi entender.
Estilos de crianza… Lo mejor es no seguir ninguno que no salga del propio corazón. O mejor dicho, del instinto. Lo de corazón es muy romántico, pero poco preciso. El concepto de instinto resulta más específico. Ese impulso natural y no deliberado. El que contribuye a la conservación de la especie. Y por tanto, nunca es desacertado. Al fin y al cabo, somos mamíferos, y el instinto forma parte de nosotros, aunque prefiramos llamarlo intuición.
Habiendo instinto maternal ¿por qué seguir métodos foráneos? Cada niño/a es diferente, por tanto, cada estilo también debería serlo. Lo que funciona para uno, puede no funcionar para otro. Es como con los medicamentos, donde estamos acostumbrados a oir: No se automedique. Lo que funciona para su vecino, puede no funcionarle a usted.
No existen libros ni métodos que puedan competir con la intuición propia del progenitor.
Y si, en retrospectiva, vemos que no funcionó, no busquemos culpables. Hicimos lo único que pudimos y supimos hacer en ese momento dadas las circunstancias particulares que vivíamos. Y ¿quién sabe?. Quizá un día, cuando nuestros hijos maduren y vuelvan a nosotros, nos daremos cuenta de que lo que creimos mal hecho fue en realidad la tabla de flotación a la que, sin nosotros saberlo, se han agarrado nuestros hijos todos estos años.