Hace más de diez días que aquí empezó el confinamiento domiciliario por la alerta sanitaria del Coronavirus. Eso suma muchas horas. Horas seguidas que pasamos junto a los miembros de nuestra familia como nunca antes hemos tenido que pasar. Esto, que debería ser una bendición para las familias, en muchos casos es justo lo contrario. Oigo por la radio como se alienta a las mujeres que son víctimas de violencia de género, a denunciar a sus agresores si éstos les atacan de nuevo. Ya se sabe, con tantas horas de convivencia estos días, los casos se multiplican.
Y pienso en todos aquellos padres y madres que son víctimas de la ira y violencia de sus hijos e hijas. En lo difícil que es para ellos el confinamiento. Tanto para padres como para hijos, debo admitirlo. No quiero dejar de mencionar a los hijos, puesto que ellos también sufren el hecho de no poder salir a la calle, distraerse y descargar energía. Resulta difícil gestionar las fricciones que surgen entre progenitores e hijos. Aquellos padres que sufren las agresiones físicas de sus hijos se sienten especialmente afligidos estos días. Los episodios violentos que antes se concentraban a la vuelta al hogar después de la jornada de trabajo, ahora se reparten a lo largo de todo el día. Por no mencionar las familias monoparentales cuyo progenitor con quien vive el agresor, es la madre. En estos casos, se sienten atrapadas, aisladas de las personas y de los recursos que antes les ofrecían un cierto soporte.
La misma medida que se está empleando para proteger a las personas del virus, crea un impacto fatal en las víctimas de violencia filioparental. Consciente de la necesidad y urgencia de mantener estas medidas de aislamiento y confinamiento, también reconozco que da oportunidad a los agresores para desatar su ira.
Nos encontramos en unos momentos excepcionales y, como tales, debemos optar por medidas extraordinarias para tratar nuestros problemas de convivencia. Estos días optamos por no ser demasiado exigentes con nuestros hijos, por evitar el conflicto, y por centrarnos más en nosotros mismos. Las redes sociales van llenas de cursos y sesiones de meditación, de mindfulness, de yoga. Yo prefiero usar sencillas técnica de relajación.
Aquí dejo algunas ideas que a mí personalmente me ayudan para gestionar aquellas emociones que me resultan abrumadoras, siempre en un lugar seguro, tranquilo y aislado del hogar:
- RESPIRA
Colocar una mano encima del vientre, y la otra encima del pecho. Inspirar para hacer llegar el aire hasta los pulmones, mientras se infla el vientre o abdomen. A continuación, expirar para sacar el aire, y que el vientre vuelva a su posición inicial. Esto actúa a modo de Reset del sistema nervioso autónomo. Así pues:
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- Tomar aire por la nariz, lenta y profundamente, mientras cuentas hasta cuatro, hasta que se llenan de aire los pulmones. Colocar una mano en el vientre y notar cómo se levanta. No obstante, la mano que está sobre el pecho no debe moverse.
- Retener el aire durante 4 segundos.
- Soltar el aire por la boca lentamente, contando nuevamente hasta cuatro. El abdomen vuelve a su posición natural.
- Repetir este proceso tres veces.
- VISUALIZA un espacio o un lugar que te dé confort. Puede ser la playa, un parque, un paisaje que conozcas, tu dormitorio…
- Si experimentas un pensamiento negativo, CREA UNA FRASE que te pueda ayudar en la relajación, lo que en sánscrito se denomina mantra. Por ejemplo: Esto pasará, no durará siempre. ¡Sé fuerte!
Pensemos que toda crisis tiene fecha de caducidad. Lo tendrá la sanitaria, y lo tendrá la relacional.