«Ya ni sé las veces que me habré despedido -mentalmente- de ella», me explicaba un padre. «Por si cualquier día pasa algo. Ya sabe… un accidente, una gripe mal curada, un cáncer… Todo es posible, y todavía más a partir de cierta edad. ¿Qué sentirá si yo muero y ella se arrepiente de no haberse reconciliado conmigo?»
Despedidas virtuales, imaginarias, en las que él le decía a su hija que lo hizo lo mejor que supo, siempre desde el amor. Y que le deseaba una vida feliz.
Su hija se marchó de casa un día. Nada sabe de ella, hace años.
Se le rompía la voz al explicarlo.
¿Qué se siente cuando quieres disculparte con alguien, y ese alguien ya se fue?
Los que tenemos un ser querido que falleció, sabemos cuán duro es convivir con la ausencia de esa persona. No poder decirle que le echas en falta, que querrías compartir más horas en su compañía, que encuentras a faltar su opinión. Su abrazo. Su amor, el cual percibías en cada una de sus sonrisas cuando te veía llegar.
Si esto es duro ya de por sí, ¿qué no será cuando un hijo se queda sin la oportunidad de mostrar al padre o madre su arrepentimiento? Imagino que emocionalmente debe de ser desolador. Un asunto inconcluso. Qué difícil vivir con eso a cuestas.
¡Qué importante es hacer las paces con los demás! Y principalmente con los padres y las madres. A menudo, el orgullo impide hacerlo. ¿Por qué hay tanta gente que cree estar siempre en posesión de la verdad y opinan que son los demás quienes se equivocan en sus afirmaciones? Acostumbra a pasar que el orgullo es la coraza que presentan para tapar el sentimiento de inferioridad que arrastran. Como dijo Carl Jung, a través del orgullo se engañan a sí mismos.
Ni siquiera se dan cuenta de la armadura que llevan. Lo tienen tan interiorizado que forma ya parte de su persona. O quizá debería decir personaje. Una máscara que, si se la quitaran, dejaría al descubierto esa fragilidad, y los convertiría en vulnerables ante los demás, ante las circunstancias. Temor a ser herido… de nuevo. Alguna vez fueron lastimados y optaron por la coraza.
Hablar, expresarse, mostrarse, compartir lo que se siente. Es primordial dentro de la familia, para sanar nuestros miedos, cubrir nuestras carencias, entregar nuestro cariño. Ser una familia saludable.
También los padres debemos aprender a expresar a nuestros hijos de la mejor manera lo que nos angustía sobre ellos. Solo así logramos transmitirles que son importantes en nuestra vida. Disculparnos con ellos es fundamental.
Si te arrepientes de algo que le has hecho o dicho -los padres también nos equivocamos- no lo dejes para mañana. El mañana a menudo se convierte en pasado mañana. Y pasado mañana, en la semana que viene. Y así, en el nunca. Por aquello del «A estas alturas ya, ¿qué más da?»
Lo no dicho es lo que más pesa. Aquellas palabras que postergaste, y que finalmente ya fue tarde.