Tengo una fantasía. Que la niña en mi hija pronto la hará acudir a mí para acurrucarse entre mis brazos. Para poner su cabecita en mi regazo, esperando, deseando, las caricias en su cabellera.
Que su vocecita interior, acallada durante tanto tiempo por la dureza de su polaridad, conseguirá hacerse oir. Conseguirá reivindicar su derecho a llorar, a tener miedo. A romperse. A volver al hogar. Ese hogar que es la madre, a quien acudimos cuando la vida nos noquea, sabiendo que solo sus palabras y consuelo son capaces de comfortar nuestra alma, cual feto en el vientre de la madre siente ante el balsámico tono de la voz materna.
De fantasías también se vive. Albergan esperanza, el motor de la vida.