Todo indicaba que sería un domingo como cualquier otro. Pero con esto… nunca se sabe. De buena mañana, una frase desafortunada llevó a Carmen a ser empujada y pateada por su hija. Fue lanzada contra la librería, dañando gravemente su garganta, luego contra el cristal, cayendo al suelo, y finalmente pateada en la cabeza.
Así empezó la mañana para Carmen. Quedó encogida en ese rincón, en el suelo, hasta que tuvo fuerza emocional para levantarse. No pasó mucho rato. Estaba tan acostumbrada a ello… Se secó las lágrimas, esas que siempre escondía de su hija para que ella no se creciese aún más. Sabía que en unas horas, su hija le diría cuánto la quiere y que lamenta lo ocurrido, pero que no se le ocurra volver a incomodarla.
Y continuó con sus planes previstos para esa mañana, aunque debatiéndose si debía ir, de nuevo, a denunciarla. Llevaba cerca de siete años sufriendo malos tratos, de los cuáles los últimos dos acumulaban denuncias. Denuncias que, dicho sea de paso, la policía siempre desalentaba. Dejando más confundida a Carmen. Con lo duro que resultaba denunciar a su hija, ni siquiera encontraba soporte por parte de las autoridades en el momento crítico. “El sistema está jodido”, se dijo Carmen un día saliendo de la comisaría, de vuelta a casa, sin haber podido poner la denuncia. Si no había sangre visible o algún hueso roto, la policía era reacia a acceder a redactar la denuncia puesto que ¡quién sabe!, posiblemente esta madre estaba exagerando. ¿Conocen, los agentes, el número de veces que Carmen fue agredida antes de finalmente decidir denunciar? ¿Son capaces de imaginarse cuál es el nivel de angustia e incertidumbre por la que pasa esta mujer cada vez que se aproxima a la comisaría y traspasa sus puertas? Cuando un padre o una madre decide poner a su hijo en manos de la justicia, significa que ha llegado al punto de máxima desesperación.
Y Carmen siguió con sus planes originales del domingo, descartando la opción policial. Aunque no renunciando a buscar soluciones por otras vías.
No sintáis pena por Carmen. La pena presupone que el otro es incapaz de reaccionar y levantarse por sí mismo. En cualquier caso, y si queréis, sentid compasión. El resultado de una mirada compasiva es menos juicio y más comprensión. Alentadla en su empeño.
No, pena no. Carmen es fuerte, no desfallece. Busca sin cesar opciones que ayuden a su hija. No se amedrenta ante sus amenazas, y toma la vía dura cuando es necesario. Carmen se levanta cada mañana con fuerza, con valor y con esperanza. No se rinde. Porque ama a su hija. Carmen no es débil, ni triste. Su vida no gira solamente en torno a su hija. Tiene intereses, pasiones, va al cine, sale de copas con sus amigos. Su vida es como la tuya, querido lector. Salvo por esa parte oscura.
Hay miles de Cármenes en el mundo. Desde aquí les rendimos tributo. Por su inmensa fortaleza.
Puedo parecer un mosntruo pero yo no podria querer a una hija que me maltrata…quizas hablo asi porque no este mi caso y mi vision es subjetiva, pero viendolo objetivamente, no creo que pudieuse amarla. La familia te viene impuesta y desgraciadamente no forzosamente se entiende y se respeta entre si, ,y creo que uno no debe sacrifiarse hundiendose en el empeño, por eso no creo en la falilia. solo en la gente que se entiende y se quiere, esos son mi familia, si la famiulia me representa unn carga y un secrificuo no la considero mi famiia, No soy masoquista.