Día 2 de noviembre. Día de los Fieles Difuntos. Pienso que hoy mucha gente visitará en los cementerios a sus familiares fallecidos, y que será mejor que yo posponga mi visita a otro día que haya menos aglomeraciones… Bueno, quizá el término aglomeraciones es un poco exagerado tratándose de un cementerio… pero ya me entendéis. Finalmente decido aventurarme, y voy.
Para alguien que está acostumbrada a ir al cementerio fuera de esta fecha señalada, sorprende ver la cantidad de gente que acude este día a llevar flores a las sepulturas de sus seres queridos. Allí donde habitualmente solo se ven flores marchitas y secas junto a las lápidas, hoy abundan coloridos ramos, de índole diversa, sean naturales o artificiales. Observo el ir y venir de las personas, que quizá no vuelvan a pisar el lugar hasta dentro de un año. Vivimos una vida tan ajetreada… Nos queda poco tiempo para nuestros muertos. Ya no para ir al cementerio, sino simplemente para recordarles. De lo que infiero que es una buena idea que exista al menos un día al año para que paremos a pensar en todos aquellos familiares nuestros que existieron antes que nosotros y que forman lo que sería una especie de Alma Familiar. Tenemos un sentido transgeneracional de la vida, puesto que por nuestras venas corre la sangre de nuestros ancestros, aquellos a quienes les tocó vivir duras experiencias y vicisitudes para que hoy nosotros podamos estar aquí. Historias de sufrimiento, de abusos, de violencia, de dolor emocional… Y a la vez, fortaleza para seguir luchando por sobrevivir. Y mientras pienso todo esto, siento un profundo agradecimiento y respeto por ellos.
Me pregunto qué sentirá al respecto mi hija –nuestros hijos- cuando nosotros pasemos a formar parte de esa Alma Familiar. Hoy, tan distantes, orgullosos y desligados de nosotros, ¿permanecerán en la queja, en el resentimiento? ¿Nos seguirán culpando para justificar sus errores o fracasos, como hacen hoy? Nos consolamos pensando que no. Que, por entonces, ya habrán madurado. Ser padre no es tarea fácil, lo sabemos. Ser hijo, tampoco. Las contradicciones internas a las que están sometidos, les hace sentirse atrapados, les lleva a aislarse, a atacar para defenderse.
Pero un día, los hijos logran aceptar a los padres al comprender que también ellos tuvieron problemas, dificultades y dudas. Y es en ese momento, en que son capaces de amarles y honrarles. Y se les enciende la llama de agradecimiento hacia sus progenitores. Porque es difícil sentir amor hacia uno mismo, si primero no ha tenido lugar la progresión de respetarles y quererles a ellos.