No es poco frecuente que hable con madres que se sienten tan desesperadas ante un hijo/a que les agrede, o tan hundidas ante el destierro al que éstos les han condenado, que se entretienen con una ensoñación alarmante.
«Si yo contrajera una enfermedad incurable, terminal…, quizá eso le haría reflexionar… quizá cambiaría su comportamiento… quizá reaparecería en mi vida con arrepentimiento… quizá me querría.»
Cuando escucho esto veo la desesperanza disfrazada de esperanza. ¿Hay algo más triste que una madre esté dispuesta a entregar su vida a cambio de que su hijo la ame? Es como sucumbir a la tiranía de un dictador, para salvaguardar su propia existencia.
Qué contradicción. Firmar la propia sentencia de muerte a cambio de sentirse viva, de sentirse querida.
Un lector ajeno a todo este mundo de la violencia podría exclamar «¡Qué barbaridad! Es enfermizo.»
Sí, lo es. Muchos padres y madres se sienten enfermos cuando la relación con un hijo/a se deteriora hasta tal extremo. No saben darle ningún otro sentido a su vida. Pero hay tanto por hacer, por ver, por vivir.
Parece insensible decirles que en la vida hay muchas otras cosas que pueden aportarles satisfacción, incluso felicidad. Puede parecer una falta de empatía. Ellos se sienten desesperados, ¿y alguien viene a decirles que se distraigan?
La vida tiene mucho que ofrecer. Cuando estamos pasando por un problema tan grande como este, no nos interesa ver más allá. Solo hay un objetivo en nuestras vidas: Que se solucione.
A veces necesitamos coger aire con otras actividades para volver a sentir fuerza. Hay quien recupera viejas aficiones. Hay quien prefiere colaborar con organizaciones que se dedican a atender las necesidades de chicos y chicas desamparados, quienes necesitan que alguien les visite, les dedique tiempo, les hagan sentir que importan a alguien. Si nuestro hijo se sintiese desvalido en este mundo, y nosotros no estuviéramos para ayudarle ¿no querríamos que hubiese alguien que lo auxiliara? Eso es empatía.
Por mucho que cueste aceptarlo, nuestros hijos no son nuestros, en sentido posesivo. Tomemos las riendas de nuestra propia vida para salir a flote, retomar nuestra energía, y ser un verdadero modelo para nuestros hijos el día que retornen.