El hijo de Paula empezó a pegarla cuando tenía 14 años. “No sabía qué hacer”, me dijo. “Si se hubiera tratado de otra persona, hubiera llamado inmediatamente a la policía. ¡Pero se trataba de MI hijo!”
“Tampoco quería compartirlo con la familia, para que no se preocuparan. Ni con mis amigas, por vergüenza.”
Si eres una víctima de abuso parental, es muy posible que vivas con miedo cada día. ¿De qué se tratará hoy? ¿Qué le enfadará y qué destrozará o cómo me atacará?
Porque además de ejercer violencia contra los padres, en muchas ocasiones, en un ataque de ira, también destrozan mobiliario u objetos del hogar.
Todos estos actos de violencia hacia los padres puede ser que te hagan sentir vergüenza ante terceros. Que sientas frustración y enfado, que te sientas aterrorizado e inseguro respecto a qué hacer. Empiezas a dudar cuál será el mejor camino a seguir. No eres una persona débil ni simple. En muchos casos, las víctimas de sus hijos maltratadores son personas de éxito en su trabajo y de grandes recursos.
¿Por qué?
Es normal que te preguntes porqué tu hijo o hija te hace esto. Y aunque te resistas a pensar esto, te culpas de ello. “Si hubiera sido mejor padre/madre, esto no hubiera pasado”. Es natural que te sientas así, puesto que uno busca explicaciones dónde no las hay. Y si las hay, no siempre sabemos identificarlas. Hay muchos factores que pueden influir para dar lugar a la conducta abusiva hacia los padres: haberle marcado pocos límites, niños con baja tolerancia a la frustración, tomar sustancias adictivas, tener una alteración psicológica del tipo TDHA, o un trastorno oposicionista desafiante, u otro factor subyacente. Puede tratarse de una lucha de poder, en que el hijo quiere hacer valer su postura e incluso disfruta con el poder que le otorga intimidar a sus padres.
Es posible que tu hijo esté forzando los límites para conseguir lo que quiere. Y es normal que, como padre/madre, llegue un momento en que le digas que No. Sabemos que un padre/madre está sometido a esta intimidación a la que nos referimos, porque es en ese momento en que quiere decir No!, que empieza a temer por cómo su hijo contraatacará, cómo se vengará. Los padres no deberían sentir miedo antes las posibles represalias de sus hijos por haberles puesto un límite. Pero se sienten intimidados, inicialmente, por las palabras del hijo, o incluso por la mirada. Luego, por el mal mayor que vendrá.