Viajo en el metro y veo una señora joven, con su hija de unos 10 años. La niña, de repente se acerca a ella, la abraza a la altura de su cintura -a su altura, claro-, y le dice: ¡Te quiero!
Qué recuerdos me trae eso…
Tuve una hija durante once años; una extraña durante siete; y un mal día, la perdí.
¿La maté yo? ¿O se murió ella? Eso depende de quién de las dos lo esté valorando. Y en el fondo, da igual. Nada cambia el resultado.
Le estaré por siempre agradecida por las sonrisas en su infancia. Por sus tiernos besos. Por su candidez. Por el recuerdo de su cuerpecito pegado a mis piernas cuando sentía vergüenza ante extraños.
Gracias por despertar en mí tanto amor por los animales. Por sensibilizarme aún más frente a tanta injusticia en la marginalización de colectivos en esta sociedad cruel. Gracias por darme a conocer lo que es sentirse orgullosa de una hija.
Yo te di la vida. Tu me has dado la maternidad.